miércoles, 21 de noviembre de 2012

Comentario al Evangelio: Nacho Bermúdez

Esta semana el comentario lo hace Nacho Bermúdez, mi hermano de comunidad, mi amigo.

Él es un fisioterapeuta de 37 años, padre de 3 niños. Esta labor, de por sí tremenda, no le ha impedido nunca entregarse por el Reino, por Jesús y por los más pobres. Ha sido muchos años coordinador de actividades y campamentos de niños, ha estado de voluntario con enfermos de sida, inmigrantes, asociaciones misioneras; y todo ésto con un sentido del humor permanente y contagioso. Siempre está preocupado por estar al día sobre justicia social y actualmente enseña español a inmigrantes africanos como voluntario en una asociación, además de ser catequista de jóvenes. Ha sido responsable de comunidades de base varios años porque tiene un  carisma especial para iluminar a los demás con su conocimiento, pero sobre todo con su espiritualidad, siempre fiel a Jesús.

Por esto le hemos pedido que comparta con nosotros lo que le dice este Evangelio:


            Este domingo, el último del tiempo ordinario, la Iglesia celebra la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
El evangelio nos presenta a Jesús en las horas previas a su ejecución, cuando comparece ante Pilato que le pregunta acerca de la acusación con la que los jefes religiosos judíos le entregan a Jesús: se proclama rey de los judíos. De nuevo constatamos cuán diferentes son nuestros esquemas de los  de Dios. Mientras Pilato, en el que nos vemos todos reflejados,
tiene un concepto de rey relacionado con el poder, la fuerza y el dominio sobre los demás, Jesús, despojado de todo, incluso de sus vestiduras, se proclama rey por ser servidor de todos, cuando está a punto de ofrecer su vida por los hombres en la culminación de toda una existencia entregada al servicio de los pobres y marginados de este mundo. El poder que Jesús se atribuye es el poder del Amor, por eso su reino no es de este mundo, porque su Reino no se impone por la fuerza, se siembra en el corazón de todo hombre y crece con cada gesto de amor a los demás, con cada sonrisa ofrecida al que sufre, con cada mano tendida al caído. Y esta es la verdad que viene a traernos Jesús, de la cual es testigo y de la que asimismo la iglesia ha de dar testimonio, despojándose de todo signo de poder de este mundo y haciéndose sevidor de todos los hombres especialmente los más pobres.
Podemos hoy preguntarnos quién o qué reina en mi corazón, quién o qué cosas ocupan el centro de mi existencia, ante qué o quien me arrodillo como siervo. Y de nuestros labios surgirá la súplica: “Señor Jesús, origen y fin de todo lo que existe, hoy quiero ofrecerte todo mi ser, mi vida, sueños e ilusiones. Reina en mi corazón con el poder de tu amor que me lleve a entregarme a mis hermanos como testigo de tu Verdad. Te lo pido a ti, Jesucristo nuestro Señor, que vives y reinas y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén”.


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