Pero sobre todo, es buena y servicial con todos. Una piedra firme sobre la que se construye el Reino. Y comparte ésto con nosotros.
En las primeras líneas de la
lectura del Evangelio de este domingo
nos podía parecer a primera vista, que el protagonista es Juan el Bautista,
aunque al final de ella nos daremos cuenta que no es así.
En mi vida, Juan el Bautista ha
sido una persona importante, ya que es el patrón del pueblo de mi madre, y no
puedo nunca olvidar, como dice el himno del pueblo que “de los santos es el
mayor” haciendo referencia a las palabras de Jesús que decía de él, que no hay
nadie más grande nacido de mujer. Además el Bautista está lleno del Espíritu
desde el vientre de su madre, Isabel, cuando la visitó María, su prima. Por lo
tanto las palabras que pronuncia Juan no son unas palabras cualquiera, sino las
de alguien que toda su vida estuvo lleno del espíritu.
Nos tenemos que situar al inicio
de la vida pública de Jesús
o, mejor dicho, un paso antes del inicio de su vida
pública, y Juan,que por algo le llaman el Precursor, ya había iniciado una
serie de bautismos (llega a bautizar al mismo Jesús) pidiendo además la
conversión.
En estas palabras del texto de
hoy, podemos distinguir dos partes más o menos claras. La primera en la que
contesta a las preguntas de tres grupos distintos: la gente (ahí podríamos incluirnos nosotros), los publicanos (que eran
los recaudadores de impuestos y entre los que abundaba la corrupción) y los
militares (entre los que era habitual el abuso de poder del que se sabe
poderoso). La segunda en torno a la relación de Juan con Jesús.
En la primera parte del
texto, en esas distintas preguntas, en
realidad, Juan nos está diciendo cómo hay que comportarse, no para entrar en el
Reino de Dios (que eso nos los dirá Jesús a lo largo de su vida pública), sino
de el comportamiento previo necesario del que quiera acercarse a Jesús para
seguirlo. Es una ley de mínimos para comenzar a ser cristianos, para comenzar
el seguimiento se Jesús (compartir, ser justo y honestos); será Jesús quien nos
propondrá ley de máximos, la ley del amor: amar a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a ti mismo. Podemos decir, pues, que esta primera parte es de
carácter ético. Y se supone que los bautizados, que los que somos cristianos
practicantes,no sólo lo cumplimos, sino que hemos de haber dado una (varias)
vuelta de tuerca más. Debemos hacer examen de conciencia y pensar si de verdad,
al menos, compartimos lo que tenemos, somos justos y honestos; me pregunto si
vivo, no ya como discípula perfecta de Jesucristo, sino conforme al mínimo
exigible a quien quiere empezar a seguir a Jesús, es decir, de forma honrada y
honesta; y lo peor es no estar segura de poder contestar con un “sí” fuerte y
claro.
La segunda es completamente
cristológica, habla de una relación de completa superioridad de Jesús con imágenes que en aquel tiempo,
eran muy claras, aunque hoy en día, no tanto: el “no es digno de desatarle las
sandalias” nos remite aun gesto impropio de alguien libre, más bien de un
criado o esclavo. Es patente la superioridad de Jesús, Juan solo bautiza con
agua pero Jesús lo hará con Espíritu Santo y fuego (claramente purificador) La
siguientes palabras, todavía más complicadas nos remiten a un símil entre las
labores del campo (separar la paja del trigo, quemando la primera y guardando
en el granero lo segundo) con el juicio final; y eso tiene que ver con este
tiempo de Adviento en que estamos. A veces se nos olvida, pero esperamos, no la
venida de un niño indefenso en un portal, sino la segunda y definitiva venida
de Jesús, en gloria y majestad. Y ese día será el del juicio final. Los
primeros cristianos creían que esto iba a ser inminente y dejaron su vida
cotidiana y responsabilidades, dedicándose sólo a rezar y prepararse
espiritualmente para el momento (por eso San Pablo tuvo que decir que “el que
no trabaje que no coma”); ahora nos hemos situado en el polo opuesto y vivimos
como si el día del juicio no pudiera acontecer en nuestros tiempos, quizás
porque lo miramos con miedo, como si fuera algo malo que queremos retirar de
nuestras vidas, en vez se sentirlo como el momento en el que alcanzaremos la
plenitud, en el que seremos completamente liberados y podremos, por fin,
contemplar tu rostro, Señor, y como dice
el salmo: Saciarnos de tu presencia.
De esta segunda parte, pues, dos
reflexiones, la primera ¿reconocemos verdaderamente nuestra insignificancia
respecto a Dios, su soberanía en el mundo, o creemos que podemos conseguir
algunas cosas por nuestras fuerzas?
La segunda es ¿vivimos con la
consciencia de que en cualquier momento puede acontecer la segunda venida de Jesús?,
seguro que si así lo hiciéramos viviríamos de otro modo, no con la
superficialidad del “carpe diem”, de un “aprovecha el tiempo” materialista y
hedonista; sino por el contrario, viviríamos de una forma menos materialista y
más solidaria, más centrada en el “ser” que en el “tener” Y esta preparación a
esta segunda venida no dura cuatro semanas, sino que como tituló un artículo
Pedro Casaldáliga “Toda nuestra vida es un Adviento”
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