martes, 11 de diciembre de 2012

Comentario al Evangelio: Emi García

Esta semana comparte con nosotros su visión del Evangelio Emi García. Emi es una cristiana que lleva muchos años en grupos parroquiales viviendo y formándose en la fe. Ha colaborado con la diócesis de Málaga publicando vídeos sobre el Papa. Trabaja desde joven y lleva su casa y su familia con dedicación, constancia y fuerza, mucha fuerza. Es diplomada en Teología y tiene un amor por la Iglesia muy grande; a la que defiende siempre y en cualquier lugar con fidelidad, amor y sobre todo con inteligencia y sabiduría. En ella siempre podemos ver aquello de "fe y razón" que tanto ha promovido la Iglesia en los últimos tiempos. Es una cristiana moderna que no se avergüenza de serlo y que defiende sus creencias con pasión  y argumentos racionales.
Pero sobre todo, es buena y servicial con todos. Una piedra firme sobre la que se construye el Reino. Y comparte ésto con nosotros.


En las primeras líneas de la lectura del Evangelio  de este domingo nos podía parecer a primera vista, que el protagonista es Juan el Bautista, aunque al final de ella nos daremos cuenta que no es así.
En mi vida, Juan el Bautista ha sido una persona importante, ya que es el patrón del pueblo de mi madre, y no puedo nunca olvidar, como dice el himno del pueblo que “de los santos es el mayor” haciendo referencia a las palabras de Jesús que decía de él, que no hay nadie más grande nacido de mujer. Además el Bautista está lleno del Espíritu desde el vientre de su madre, Isabel, cuando la visitó María, su prima. Por lo tanto las palabras que pronuncia Juan no son unas palabras cualquiera, sino las de alguien que toda su vida estuvo lleno del espíritu. 
Nos tenemos que situar al inicio de la vida pública de Jesús
o, mejor dicho, un paso antes del inicio de su vida pública, y Juan,que por algo le llaman el Precursor, ya había iniciado una serie de bautismos (llega a bautizar al mismo Jesús) pidiendo además la conversión.
En estas palabras del texto de hoy, podemos distinguir dos partes más o menos claras. La primera en la que contesta a las preguntas de tres grupos distintos: la gente (ahí podríamos  incluirnos nosotros), los publicanos (que eran los recaudadores de impuestos y entre los que abundaba la corrupción) y los militares (entre los que era habitual el abuso de poder del que se sabe poderoso). La segunda en torno a la relación de Juan con Jesús.
En la primera parte del texto,  en esas distintas preguntas, en realidad, Juan nos está diciendo cómo hay que comportarse, no para entrar en el Reino de Dios (que eso nos los dirá Jesús a lo largo de su vida pública), sino de el comportamiento previo necesario del que quiera acercarse a Jesús para seguirlo. Es una ley de mínimos para comenzar a ser cristianos, para comenzar el seguimiento se Jesús (compartir, ser justo y honestos); será Jesús quien nos propondrá ley de máximos, la ley del amor: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Podemos decir, pues, que esta primera parte es de carácter ético. Y se supone que los bautizados, que los que somos cristianos practicantes,no sólo lo cumplimos, sino que hemos de haber dado una (varias) vuelta de tuerca más. Debemos hacer examen de conciencia y pensar si de verdad, al menos, compartimos lo que tenemos, somos justos y honestos; me pregunto si vivo, no ya como discípula perfecta de Jesucristo, sino conforme al mínimo exigible a quien quiere empezar a seguir a Jesús, es decir, de forma honrada y honesta; y lo peor es no estar segura de poder contestar con un “sí” fuerte y claro.
La segunda es completamente cristológica, habla de una relación de completa superioridad  de Jesús con imágenes que en aquel tiempo, eran muy claras, aunque hoy en día, no tanto: el “no es digno de desatarle las sandalias” nos remite aun gesto impropio de alguien libre, más bien de un criado o esclavo. Es patente la superioridad de Jesús, Juan solo bautiza con agua pero Jesús lo hará con Espíritu Santo y fuego (claramente purificador) La siguientes palabras, todavía más complicadas nos remiten a un símil entre las labores del campo (separar la paja del trigo, quemando la primera y guardando en el granero lo segundo) con el juicio final; y eso tiene que ver con este tiempo de Adviento en que estamos. A veces se nos olvida, pero esperamos, no la venida de un niño indefenso en un portal, sino la segunda y definitiva venida de Jesús, en gloria y majestad. Y ese día será el del juicio final. Los primeros cristianos creían que esto iba a ser inminente y dejaron su vida cotidiana y responsabilidades, dedicándose sólo a rezar y prepararse espiritualmente para el momento (por eso San Pablo tuvo que decir que “el que no trabaje que no coma”); ahora nos hemos situado en el polo opuesto y vivimos como si el día del juicio no pudiera acontecer en nuestros tiempos, quizás porque lo miramos con miedo, como si fuera algo malo que queremos retirar de nuestras vidas, en vez se sentirlo como el momento en el que alcanzaremos la plenitud, en el que seremos completamente liberados y podremos, por fin, contemplar tu  rostro, Señor, y como dice el salmo: Saciarnos de  tu presencia.
De esta segunda parte, pues, dos reflexiones, la primera ¿reconocemos verdaderamente nuestra insignificancia respecto a Dios, su soberanía en el mundo, o creemos que podemos conseguir algunas cosas por nuestras fuerzas?
La segunda es ¿vivimos con la consciencia de que en cualquier momento puede acontecer la segunda venida de Jesús?, seguro que si así lo hiciéramos viviríamos de otro modo, no con la superficialidad del “carpe diem”, de un “aprovecha el tiempo” materialista y hedonista; sino por el contrario, viviríamos de una forma menos materialista y más solidaria, más centrada en el “ser” que en el “tener” Y esta preparación a esta segunda venida no dura cuatro semanas, sino que como tituló un artículo Pedro Casaldáliga “Toda nuestra vida es un Adviento”

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