jueves, 13 de junio de 2013

Evangelio del domingo 16 de junio

Dos cosas me llaman la atención hoy de este evangelio (es lo bueno del Evangelio: cada vez te fijas en algo distinto). Por un lado, la parábola; que nos dice que sólo sintiendo el perdón de Dios en nuestros muchos pecados, su amor gratuito, permanente y tierno; podremos amar. Sólo el que sabe que a pesar de lo mal que lo hacemos a veces Dios nos mira con piedad y lo borra, puede sentirse agradecido y con un amor hacia el que perdona que no desaparece.
Otra cuestión es cómo se pone de manifiesto el papel de la mujer en la vida de Jesús. Se expresa claramente cómo las mujeres seguían a Jesús igual que los apóstoles, hasta tal punto que sus nombres aparecen aquí. No son cualquier discípulo o seguidor anónimo. Jesús siempre las tuvo muy en cuenta sin pensar que en su sociedad eran poco más que un ser humano. Con él tienen un papel privilegiado y protagonista en su actuación, sus ejemplos, en la instauración del Reino. Sigamos aprendiendo de Jesús, todavía tiene mucho que decirnos como Iglesia y como individuos.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36–8,3):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. 
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» 
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» 
Él respondió: «Dímelo, maestro.» 
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» 
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.» 
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.» 
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» 
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» 
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» 
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» 
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Y Fano nos dice: "Jesús viene a reparar nuestras averías"





martes, 4 de junio de 2013

Evangelio del domingo 9 de junio

Del evangelio de este domingo lo que más me sorprende no es que Jesús transgreda las leyes naturales y vuelva a la vida a un ser inerte, sino la aceptación de la gente que lo veía. Hoy día si pasara eso, sencillamente no lo creeríamos, buscaríamos el truco por todas partes y acabaríamos por desecharlo. Y es que estamos tan de lleno en sociedades que no tiene a Dios en lo cotidiano que aunque lo tuviéramos delante no lo veríamos. En la sociedad de Jesús, Dios estaba tan presente, que se sorprenden, sí; pero enseguida entienden que es obra de Dios y lo creen, alabándolo.
Deberíamos estar atentos, mirar con ojos de fe, a tantos milagros y tantas actuaciones de Dios que ocurren ante nuestras narices cada día. Para que podamos alabarlo constantemente.


Lectura del santo evangelio según san Lucas:
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y